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Una ball ahí, por favor Dame
fútbol, quiero fútbol, que
arregla las almas rotas. Dame
fútbol, quiero fútbol, que
en los otros juegos del mundo jamás
te pasan una pelota. IGNACIO COPANI
Ex
Ferrocarril Oeste a La Pampa. Una de las últimas estaciones antes de la
zanja que Adolfo Alsina mandara a cavar como frontera contra las
maloneadas de la indiada. Fines de los ’30. El Banco de la Provincia de
Buenos Aires manda un nuevo gerente. Semejante acontecimiento no podía
ser menos que conmocionante. La cúpula de las fuerzas vivas, integradas, según orden de desaparición y cambios,
por intendente, comisario, párroco, médico jefe de la sala de primeros
auxilios, director de la única escuela
primaria (¡estatal, che, y a mucha honra!), los presidentes de la Sociedad Rural, del
Club Social y del Progreso, respectivamente, a partir de la nueva
incorporación se completaba de una
forma tan armoniosa como tranquilizante. Las ceremonias de recepción y
metabolización debían ser cumplimentadas en la misma medida. Mucho más
si se tomaba en cuenta que el hombre de pro ya quería andar frisando los
35 años y era soltero. Las abundantes (y abundosas) lugareñas en edad de
merecer estaban que se retorcían sobre su propio eje: por fin un buen
partido que no estuviera entre los plomazos aborígenes con que
bailaban siempre lo mismo desde que habían cumplido los 15 y amenazaban
con prolongarse hasta la eternidad. En estos casos, nada mejor que el
correspondiente partido oficial, en el Prado Español, entre los
representativos, pongamos por caso, a los efectos de este hecho sucedido e
histórico, del Verija Fóbal Clú y el Estancieros United. A la
finalización, como caballeresco y civilizado tercer tiempo, un pantagruélico y muy rociado asado con cuero. Por
supuesto, no sin antes el recién llegado hacer entrega, en una sencilla
pero emotiva ceremonia, de la correspondiente copita de alpaca para los
que resultaran legítimos triunfadores. Los fastos estuvieron acordes a la importancia del festejo. A la
altura de la mitad del field,
como se le seguía llamando entonces, de espaldas a donde en la cruz se
doraba lentamente el novillo con el resplandor de las tortas
de quebracho obviamente de origen durmiente y ferroviario, fueron ubicadas
las sillas plegadizas para los VIPs
que ya eran tales, mucho más que los actuales, aunque no se los denominara de esa manera, y que de ese
modo no tuvieran que acalambrarse durante una hora y media de imaginaria, viendo correr y
patearse de manera
entususiasta a los backs con
los forwards, a los halfs con
los wings, a los insiders con los centrehalfs
y ni hablar del aburrimiento ridículo de los goalkepers de
rigurosos pullovers cuello
alto, gorras hasta las orejas y rodilleras. El team
más pudiente, que bajo ningún punto de vista, en este ejemplo, podían
ser los sportsmen del Verija,
lucían casacas abotonadas en la pechera y los puños, planchadas de
manera celestial con almidón Colman,
no la berretada de camisetas de algodón con cuello en V y ya tan desteñidas
a fuerza de lavadas y secadas al pleno sol y viento on
the pampas que ni noticias quedaban de los verdaderos colores
originales y que ostentaban miserablemente los otros. Fue un match reñido.
Una tenida recia pero viril, de piernas fuertes pero sinceras, todos
puntapiés más abajo del elástico del pantaloncito. Hubo algunos
incidentes donde tras una ball trabada con ahínco (y la suela con
tapones), tras el intercambio de algunas palabras rudas, producto del
fragor de la lucha, estuvieron a punto de irse a las manos, los puños,
los pieses y algunas otras extremidades, pero todo no pasó a mayores. Lo
que sucedió fue que eran
mayores y, encima, todos del pueblo. Tenían que seguir viviendo allí, viéndose
todos los días allí, y muriéndose y enterrándose allí. De movida, una vez pitado el inexorable silbato que dio comienzo a
la lid, el flamante y distinguido conciudadano creyó advertir algo raro,
pero dada la posición de sentado y a orilla de la línea demarcatoria
lateral, que para que los rigores del tiempo no ejercieran tanto a la cal
casi viva, la reforzaba y discreta para bastante honda canaletita, por lo
que no se
podía distinguir bien del todo, pero en algún momento le pareció
producto de una alucinación repentina y fugaz, más que nada cuando alguna
alternativa del encuentro insinuó llevar el asunto hasta allí y que un
zapatazo produjera algún percance entre el pequeño pero selecto y
distinguido grupo que contemplaba desde el improvisado palco de honor. Incluso, si bien dada su condición social y actividad nunca había
formado parte de esas legiones primitivas que los fines de semana poblaban
las tribunas apiñadas de energúmenos, en lo personal jamás había pasado
de patadura en algún Solteros vs. Casados entre personal de la honorable
institución que hasta figuraba en los pactos preexistentes de la
Constitución de 1853, pero así y todo no dejó de causarle cierta rara
extrañeza que salvo esas excepciones todo el juego se desarrollara más
bien lejos de ellos, como si la cancha tuviera otra mitad, aparte de la
natural. Ambos conjuntos se fueron al galpón que hacía de vestuarios a
gozar de un merecido descanso luego de tantas alternativas emocionantes y
cambiantes en las cercanías de una y otra ciudadela. Los respectivos aguateros, con las bolsas
de lona y uno incluso hasta con el refuerzo de una rigurosa bota de cuero
de la más rancia tradición hispánica, no habían dado abasto. El olor a
trementina del aceite verde que hacía brillar pantorrillas y muslos era
perceptible incluso a cielo abierto como estaban allí. El segundo tiempo fue decisivo. El referee cobró un penalty a favor de los elegantes Estancieros que no fue del agrado
de los simples, rudos y desgreñados rivales. No estuvieron a punto de
agarrarse, sino que más de uno fue a parar de culo al suelo y ya el
personal policial de uniforme estaba procediendo a aproximarse al lugar, las diestras sobre los
cabos del machete, por las dudas, cuando primó la cordura y el recuerdo a
gritos de que los estaba mirando a todos un forastero, chacareros de mierda,
qué van a pensar de nosotros, pórtense
como la gente alguna vez, no muestren la hilacha. Por fin
hubo movimientos de que el balón era ubicado en su lugar exacto, luego de contar
la rigurosa decena de trancazos, y ¡goal! Apenas. Porque la mirada de lince
y los reflejos felinos del cuidapalos casi alcanzó a tocarla con la punta
de los dedos. Por lo menos eso fue la impresión que quedó donde estaba
la distinguida concurrencia y los comentarios, siempre al caso, esta vez a
cargo del mismísimo párroco, alma pía si las había. Todos los esfuerzos posteriores fueron infructuosos. Si la máxima
autoridad hubiera adicionado tiempo de descuento a las veces que los
gananciosos la patearon a cualquier parte, siempre del otro lado de donde
estaban las sillas plegadizas, los invitados especiales y el asado, el
partido hubiera durado hasta el otro día. Por fin, los tres silbatos del hombre de
negro hicieron que los beneficiados se abrazaran como si París hubiese
sido liberado otra vez y los otros se fueran al humo con toda la intención
de hacerle algo con el pito. Nuevamente la cordura, el tino, la educación y las cunas primaron
sobre la barbarie del instinto. Los dos equipos y autoridades se apiñaron
frente a la gente importante y los 22 luchadores, masajistas, aguateros y
jueces recibieron el apretón de manos del flamante gerente, más el
consabido saludo. A la final, una vez que le hubieron alcanzado el
correspondiente trofeo, el señor gerente procedió a hacer entrega del
mismo al capitán de los ganadores, no sin antes volver a estrecharle la
mano y hacerle llegar su más calurosa felicitación y corroborar que era
un acto de justicia porque se lo habían ganado en buena ley. El aludido
replicó en nombre de todos, participantes, espectadores e inminentes
manyantes de un asado que ya mandaba un aroma irresistible, agregando algo
acorde a semejante circunstancia: -Muchísimas gracias, señor, y
en nombre de todos los que somos de
aquí le deseamos a usted una buena estadía entre nosotros y que nuestro
pueblo se haga merecedor de algún día llegar a ser el suyo. El hombre se sintió tocado. Todos los demás aplaudían. Y después
también le pareció, sucedió, fue sensación o realidad que se hizo un
imprevisto silencio, que miraban para otro lado o ya encaraban súbito
hacia las mollejas y morcillas, cuando el de pantaloncitos cortos, de
todas maneras, se acercó lo suficiente y bajó de tal modo la voz que
nadie pudo haber escuchado: -No sé si te diste cuenta, chitrulo, pero porque
como era especialmente para vos,
jugamos sin pelota. Así que andá adaptándote a quién toca aquí la música
porque si no te vas a quedar solo y vas a morir haciendo señas sin que
nadie te escuche. ¿Entendiste? ¡Ay, qué cerca seguía estando la Madre
Patria! ¡No solamente en Viena psiquiatras de origen judío podían
sufrir malestares en la cultura!
Siga,
siga, que el referí no cobró nada
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